La Ciencia en el Aula y su impacto en la formación de los niños y las niñas / Science in the classroom and children’s education
RESUMEN
En las páginas que siguen, se lleva a cabo una reflexión acerca
de las relaciones existentes entre ciencia, sociedad y educación. En esta
línea, el autor propone una didáctica de las ciencias fundamentada en
principios epistemológicos rigurosos, sin renunciar por ello a una educación
científica para la vida cotidiana, que permita desarrollar el pensamiento
autónomo y contribuya a impulsar una formación humanística de carácter
integral.
ABSTRACT
This article reflects on the
existing relationship between science, society and education. The author
proposes the teaching of science based on rigorous principles without
renouncing scientific teaching for everyday life which allows autonomous
thinking to be developed and contributes towards stimulating humanistic,
integral teaching.
***
El momento presente en nuestra cultura occidental muestra una paradoja entre una forma de vida altamente
tecnológica y una incultura científica generalizada. Nuestra vida cotidiana
está llena de aparatos y materiales tremendamente sofisticados que se nos han hecho
imprescindibles. Sin embargo, las explicaciones de los procesos y principios
que rigen el desarrollo de lo natural están
ausentes, en el mejor de los casos, del
común acervo de nuestra sociedad. En el peor, el conocimiento que tenemos de
los mismos se deja llevar por explicaciones completamente erróneas extendidas
por una educación ineficaz o incluso nula. Por poner algún ejemplo,
resulta intolerable no mencionar a Bécquer cuando se habla del Romanticismo
español, y asistimos impertérritos a las noticias que nos dicen que unos
operarios han fallecido, desgraciadamente, en la limpieza de una fosa séptica
por no saber que el dióxido de carbono que contiene es indetectable sin los
medios adecuados, que no se ve, que no se huele; que el agua fuerte vertida
sobre un suelo de terrazo genera vapores altamente tóxicos o que la mezcla de
amoníaco y lejía puede ser fatal… La
paradoja continúa cuando intentamos analizar las razones de esta situación.
Suele decirse que la ciencia es un “mundo de especialistas”, lo cual no
es del todo cierto, dado el inmenso caudal de términos y
conceptos específicos que solemos utilizar. Supernova, tsunami, alimento
transgénico, o genoma son palabras comunes en nuestro vocabulario.
No obstante, también es verdad que en realidad muy pocos saben qué quieren
significar realmente. Tampoco es cierto
que la Ciencia deje de despertar interés hoy día. Los espacios televisivos en
general, las noticias y su sección fija acerca del tiempo en particular, nos lo
confirman. A gran escala, problemas como el Cambio Climático, el mantenimiento
de la Biodiversidad, las Energías Renovables, los complejos problemas éticos de
la Ingeniería Genética y tantas otras cuestiones son otros ejemplos claros de
cómo interesan al común de la sociedad los temas científicos.
La buena práctica científica en nuestras aulas conlleva una enorme
cantidad de ventajas de diversa índole.
Por un lado, permite corregir las respuestas espontáneas a los fenómenos,
explicaciones generalmente erróneas que suelen nacer, multiplicarse y persistir
incluso en la mayoría de nuestros textos escolares, muchos de los cuales
adolecen de una adecuada calidad científica. Todavía podemos leer en muchos de
ellos, y así lo seguimos transmitiendo muchos docentes, porque así lo
aprendimos en su momento, que las estaciones del año se deben en último término
a la cercanía de una zona de la tierra al sol, a confundir temperatura con
calor, o a pensar que lo más pesado cae antes que lo más ligero. Otra ventaja indudable de dotar a nuestros
educandos de una buena base científica estriba, como con cualquier otra rama de
la formación bien entendida, en hacerlos más robustos frente al engaño o a la
trivialidad. La publicidad conoce muy bien el poder de la Ciencia, y presenta
sus productos investidos de una fraseología pseudocientífica que los reviste de
un aura de dignidad que no les corresponde. El publicista sabe muy bien que no
hay nada como una buena tarjeta de visita científica para convencer a su
público de la importancia del producto que pretende vender, producto las más de
las veces inútil o al menos igual de ineficaz que los de la competencia, y
público que acepta sin rechistar ni plantearse esa tarjeta de visita, dado que
su falta de preparación no le predispone a otra cosa. Bioalcohol, lactobacilus,
ácidos grasos, colagenina, etc., son términos que adornan y
embadurnan cualquier anuncio de cremas, limpiadores o, mucho más en boga, spots
de productos dietéticos. Por otra parte,
charlatanes de muy diversa índole —y catadura moral—, capitalizan sesudas
sesiones de debate donde la ciencia es sustituida por la tradición o la
superstición. Las denominadas “pseudociencias” se han hecho un hueco en los
análisis serios de nuestro mundo, cuando nunca deberían haber dejado el plano de la creencia personal o la
charla de café, intentando explicar el éxito o el
fracaso de una relación utilizando para ello la
posición de los astros, por ejemplo. El caso más sangrante en este punto, a mi
modo de ver, lo constituyen los mercaderes del dolor ajeno que suplantan a los
profesionales de la medicina con remedios y terapias más propios de la Edad
Media que de nuestro momento actual.
La historia nos ha demostrado en múltiples ocasiones que una
corriente de pensamiento científico erróneo, es decir, una mala educación
científica, puede tener fatales consecuencias. La Ciencia ha tenido que abrirse
camino a codazos contra la imposición y la intolerancia para ir cubriendo
metas, etapas parciales que se volvían a convertir en impedimentos para avances
posteriores. Numerosos hombres y mujeres se han dejado literalmente la vida
argumentando sus ideas y permitiendo el desarrollo de nuestra civilización,
pero en no pocas ocasiones una falsa "verdad científica" no sólo ha
frenado el avance de la cultura, sino que incluso lo ha detenido en seco, o
desviado hacia senderos que el tiempo se encargó de demostrar como muy
peligrosos. La Teoría Eugenética y los campos de exterminio de la Segunda
Guerra Mundial guardan relación con esto último. Como profesionales docentes, tenemos el
inexcusable deber de ofrecer una buena formación en todos los planos a nuestros
alumnos y alumnas. En el caso que nos ocupa, la Ciencia sería la responsable de
explicar cómo funciona el mundo que nos rodea. Y también como profesionales
docentes sabemos que lo que un niño o niña no sabe... se lo inventa. Si
nosotros y nosotras no damos la explicación más acertada, o ponemos al educando
en el camino para obtenerla, éste la encontrará de motu propio, aunque
normalmente sea equivocada. Luego, con el tiempo, las más memorables de entre
ellas es probable que las encontremos recopiladas en diversas Antologías del
Disparate, pero no es menos cierto que esas respuestas no son más que un
esfuerzo, patético ciertamente, por encontrar una explicación a la pregunta
dada.
La buena praxis de la Ciencia en la Escuela nos lleva a la
interiorización de la metodología científica que capacita para la resolución de
problemas de la vida real y nos permite encontrar respuestas a cuestiones de
muy diversa índole. La búsqueda de información de manera autónoma, la discusión
entre iguales y el trabajo en grupo que conlleva una correcta didáctica
científica no hace sino enseñar a pensar a nuestros niños y niñas.
Si no subestimamos las preguntas que nuestros escolares nos
hacen, e intentamos establecer un mecanismo de explicación, mecanismo
científico, para contestarlas, les estamos enseñando que sus dudas son
importantes, que aquello que les preocupa es valioso; es decir, les estamos
reforzando la autoestima. Si
experimentamos con ellos, si un problema lo abordamos desde distintas perspectivas,
si tenemos la suerte de contar con un laboratorio en el centro donde sistematizar
la búsqueda (todavía nadie nos ha explicado por qué han desaparecido los
Laboratorios de los Centros de Primaria...), con el
material adecuado y con los instrumentos de medida con los que reforzar la explicación, si tantean
vías de ensayo diferentes..., lo que estamos haciendo es, en definitiva,
desarrollar su autonomía.
Con esta metodología propuesta, con una correcta Didáctica de la
Ciencia, nuestros niños y niñas comenzarán a aplicar el conocimiento
interiorizado a fenómenos y situaciones de su mundo real, incluso extrapolando
explicaciones a noticias sobre sucesos lejanos de índole científica: huracanes,
lluvias y sequías, etc. Es decir, los capacitamos para incidir en el medio.
Si además, todo este procedimiento, complejo en apariencia pero
sencillo en realidad, los motiva tanto, y superan las dificultades de tipo
material, buscando los medios necesarios allá donde no los hay (¿… como muchos
de nuestros Centros Públicos, en relación al material científico del que están dotados,
por ejemplo?), los escolares, que son nuestra responsabilidad, inician el proceso
fundamental de ir estableciendo una escala de valores, educando en calidad,
además de en cantidad.
No olvidemos, por último, que un niño o niña que asiste a una
escuela necesita de un elemento estructurador que dé consistencia a su
aprendizaje. La enseñanza no debe ser un collage, sino un proceso
integral que atienda las distintas dimensiones de la realidad y de la persona.
La Ciencia es una herramienta excelente en este sentido. Si con ella trabajamos
la autoestima, potenciamos la autonomía de alumnos y alumnas, les damos
herramientas e interpretaciones para conocer y manipular el medio, y además
colaboramos en el desarrollo de una valoración adecuada de ese medio y de sus
semejantes, lo que queremos concluir con ello es que la Ciencia ayuda
eficazmente a adquirir una verdadera formación humanista integral.
0 comentarios:
Publicar un comentario