El
papel de los docentes
En estas 3 décadas de enseñante he sido testigo privilegiado de cómo la
sociedad ha ido descargando en los hombros de la escuela (un eufemismo para
decir de los docentes) todos aquellos
asuntos que no se ha atrevido a acometer, bien por ignorancia, o bien por simple
negligencia. Yo y otros como yo hemos soportado varias leyes educativas y
reformas que ilusamente querían cambiar la educación a base de decretazo. Creo
que van 7 en los últimos años y, cómo no, se acerca la siguiente. Sea cual sea
el color del gobierno con que se nos mira, el resultado siempre era el mismo, y
su propia ineptitud en este campo amontonaba un cambio educativo sobre otro, de
tal manera que cuando nos enterábamos de qué iba uno, era justo cuando se
suprimía y se imponía otro, en un intento de cambiar todo para no cambiar nada.
Mis viejos profesores decían que a ningún gobierno le interesa un pueblo
formado (porque es más fácil de engañar, decían; menuda tontería…), y a mí me
ha llamado siempre la atención que uno de los primeros sectores cuyo acoso y
derribo acomete toda nueva formación política que accede al poder sea la
educación, justo después de cacarear un “necesario pacto por la educación”
desde la oposición. Falta crónica de memoria es mi diagnóstico.
E ineptitud. Todos los teóricos afirman que en educación la reforma se
hace de abajo hacia arriba, partiendo de la base, y no imponiéndola desde
arriba. Si eso se pretende, concluyen, la reforma en cuestión está abocada al
fracaso. ¿Es que esta gente no sabe leer, o informarse?, ¿sus asesores y
asesoras tampoco?
Pero eso es harina de un costal que no quiero abrir ahora, si se me permite.
Porque como he mencionado, 30 años da para ver cómo poco a poco la Escuela se ha ido
saturando de tareas que nuestro mundo alegremente ha ido delegando sobre ella,
sin ofrecerle ninguna contrapartida.
Así aparecieron los temas transversales, donde la educación ambiental y
el cuidado del medio ambiente dieron lugar a programas educativos surgidos no
de una adecuación normativa, sino de la buena voluntad y entrega del
profesorado (véase “Ecoescuelas”). Pero también Educación para la Salud , donde al niño (y la
niña) se le enseña a comer, a lavarse e incluso a limpiarse los dientes, cosa
que de pequeños, el que más y el que menos aprendió en su casa. Y es que
probablemente por falta de tiempo en ellas, a los niños (y niñas) ya son los
maestros (y maestras) los que llevan a los infantes a vacunar, aprovechando,
según parece, que el Pisuerga pasa por Valladolid, y que los niños están todos
juntos en esos lagares llamados colegios. Y, por cierto, empaquetados por fecha
de caducidad.
Pero la sociedad siguió delegando, y lo que normalmente se aprendía en
la simple convivencia de una calle, en una plaza o paseando con tus padres
acabó teniendo que ser enseñado en la Escuela.
Y así los maestros (y maestras) tenemos que procurar que
nuestro alumnado aprenda valores (Educación en Valores), a respetar a los
individuos del otro sexo (Coeducación), y a otros individuos en general
(Mediación e Inteligencia Emocional), fundamentos democráticos (Educación para la Ciudadanía ), hábito
lector (Fomento de la Lectura ),
y en el caso de los y las compañeras de Infantil (y sorprendentemente, no tan
de Infantil), a quitarse y ponerse un abrigo, a atarse los zapatos y a sonarse
los mocos (Autonomía Personal)…, como ejemplos rápidos y sencillos de lo que se
nos exigen sin habernos dado nada a cambio. Porque, ¿saben ustedes en qué recursos
se diferencia mi clase de ahora de la que tenía hace 30 años? En la de ahora
hay un ordenador portátil. El mío.
Y con estos menesteres no es de extrañar que la Escuela se nos haya
llenado de unos especialistas en educación muy singulares, nuestros padres y
madres (con todo el derecho… o sin él), pero también médicos, literatos,
científicos, logopedas, orientadores (en este maremágnum, muy necesarios),
psicopedagogos, licenciados y diplomados universitarios, sacerdotes y seglares,
bibliotecarios, moralistas, ecólogos, algún veterinario (la semana pasada
estuvo uno en relación al programa Disfruta)
e incluso políticos se han colado por la puerta de atrás para soltarnos en el
centro de nuestras aulas sus necesidades… mayormente en forma de un troyano
compuesto principalmente de frustraciones e ignorancia consentida, con el que
los maestros (y maestras) debemos ir lidiando hasta que conseguimos tirarlo a
la basura y eliminar el mal olor resultante, mientras nos dedicamos a lo
nuestro, que es dar clase (a ver si se enteran todos ellos).
Yo he defendido (y públicamente, en mi graduación de Biología) que
nuestra juventud es la mejor preparada de nuestra historia, y que la estamos
tirando al retrete. Lo que debí haber mencionado es que cualquier maestro de a
pie ya era, por definición, un perfecto MacGiver en el cotidiano deber
académico. Que se ha llegado ya a la aberración de exigirnos a los maestros (y
maestras) de escuela ser un técnico de protección civil capaz de diseñar (y
ejecutar) un plan de evacuación para un colegio, con unos requerimientos que no
se le exigen ni a unos grandes almacenes. Gracias a esta amable iniciativa (que
evidentemente ahorra millones de euros a las administraciones de educación al
no tener que contratar un experto en Planes de Autoprotección para cada
colegio), ya pueden ustedes afirmar con todas las de la ley que los maestros
tienen cosas de bombero… lo cual, a mí, me enorgullece, por lo demás, ya que
sigue siendo otra de las pocas profesiones donde lo que sigue contando para
sobrevivir en ella es la vocación.
Quizás la culpa (o la razón) se derive de un viejo mal que aqueja a
estas Españas que se han ido subiendo al tren de la modernidad, a veces a
empujones, a veces a hurtadillas, pero siempre tarde: en nuestro país
generalmente ha podido dar clase cualquiera… lo que está peligrosamente cerca
de considerar que quien da clases en España, es un cualquiera.
Por Jose Manuel Escobero Rodríguez
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