Este es otro artículo de opinión. Esperamos que, al menos, les haga reflexionar
El respeto hacia la Res Publica
Ahora que está de moda defender “lo público”, todo el mundo se apunta a romperse el pecho a golpes para conseguir el mantenimiento de los servicios sociales. Si esa comezón inconsolable de última hora nos hubiera surgido hace tiempo, es probable que en España nuestra Educación, nuestra Sanidad y nuestra Justicia hubieran ido mucho mejor de lo que van, y habrían resistido esta embestida en toda regla a la que están siendo sometidas por parte de “Abarca y Devora, S. A.” (Cita de película). ¿Se imaginan una Educación, una Sanidad y una Justicia comparables a las escandinavas? Ellos sí saben lo que se juegan.
Ponerse de parte de lo público está de moda, aunque por dentro se sigue
pensando lo mismo: lo que es de todos, no es de nadie. Veamos un ejemplo muy
simple de hasta dónde se desmerece y resta dignidad a un servicio público. Una
situación que no por repetida deja de sorprendernos como maestros, y tal vez de
hastiarnos: que todo el mundo nos diga lo que tenemos que hacer.
Ahora, hasta los arquitectos nos dicen cómo tenemos que dar clases. Que
resulta que en nuestro querido colegio se ha construido una ampliación de aulas
(y bendita la hora), y en ella, simples de nosotros, quisimos ver una ocasión
de aumentar nuestros recursos educativos. Resulta que los docentes hemos
descubierto, y al parecer los arquitectos (y arquitectas) no lo han hecho, que
un techo sirve para algo más que para cubrir de la lluvia y el sol, y dado que
la mayoría de nuestros centros están vendidos por falta de medidas de seguridad
(que salen caras), se nos ocurrió pensar que una azotea era educativamente más
aprovechable. Que en vez de diseñar un tejado con la forma que fuera, se
diseñara una azotea de uso y acceso restringido.
Con la Iglesia ,
en forma de Colegio de Arquitectos, topamos. Nuestra humilde petición para
poder instalar un vivero, una pajarera o un simple criadero de gallinas,
tropezó con la negativa rotunda porque “se rompían los cánones estéticos” del
edificio. Ojala pudieran ver dicho edificio. ¡Una cosa! Menudo derroche de
imaginación y arte donde, por cierto, en un arranque de originalidad
constructiva, se han olvidado de incluir los servicios que en principio estaban
diseñados. Ahora, gracias a la gestión de la buena corporación arquitecta,
nuestros niños (y niñas) no pasarán frío al orinar en invierno, dado que unos
300 chavales deberán hacerlo en paz y buena concordia en 6 tacitas, y otras
tantas nenas en unas 5.
En fin, que ante la negativa tozuda (dirección del centro, ayuntamiento,
AMPA y padres acudieron a intentar convencer a este genio ingenieril) y rotunda
por parte de alguien tan profesionalmente preparado, la comunidad acudió al
único derecho que aún poseía: el del pataleo. Y se le escribió una carta al
Colegio de Arquitectos de Granada con nuestras cuitas. Que recibió la respuesta
que estas lúcidas mentes suelen dar. Nos ignoraron.
Pues bien, yo sigo diciendo que
si cuando se diseña un hospital, un centro cívico, una gasolinera y hasta un
simple taller, estos señores arquitectos escuchan (con total atención) a
médicos, agentes sociales y mecánicos (y no sólo porque son los que pagan, oiga
usted, sino para hacer sus edificios más funcionales, ¿o no?), ¿por qué ignoran
las sugerencias no ya de unos maestros, sino de una comunidad educativa al
completo? Por prepotencia. Porque consideran que la razón se compra a golpe de
VISA Platinum. Y por lo que he dicho muchas veces, que al fin y al cabo, en
España nos puede dar clase cualquiera…
¿Saben uno de los aspectos más importantes que diferencian nuestro
sistema educativo de los sistemas educativos de los países nórdicos? El
prestigio. Allí sólo acceden al magisterio los (y las) mejores. El día que a un
niño (o una niña) de currículum intachable, excelentes calificaciones,
resultados académicos loables y personalidad brillante, antes que “niño, tú
vales para arquitecto”, escuche en nuestra España “niño, tú vales para
maestro”, ese día realmente estaremos al nivel sociocultural que tanto
envidiamos. Se lo garantizo.
Por Jose Manuel Escobero Rodríguez
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